Abuela Carmen
Carmen
nació en Montevideo, en agosto de 1913, en el barrio de los Pocitos, mas
precisamente en las calles Luis Lamas y Lorenzo Pérez.
Claro está,
en una ciudad de Montevideo totalmente distinta ,donde Pocitos no era un barrio
sino un pequeño pueblo, separado de la ciudad, llamado “Nuestra Señora de los
Pocitos “. Sus fundadores habían sido lavanderos italianos. Eran veinte o
treinta manzanas y como cuentan las crónicas de la época “aldea de buenas
personas ,de costumbres simples ,con tranvía de caballos y faroles de queroseno”.
El de los pocitos,
era el famoso arroyo de las lavanderas ,que llegaban a el con sus atados de
ropa sobre la cabeza; allí se habían excavado cachimbas o pequeños pozos
(pocitos),que eran utilizados para el lavado de ropa.Este arroyo nacía en un
pequeño bañado ubicado en el actual parque Batlle pasando por la que es hoy, la calle Francisco Muñoz ,desembocando en la
rambla.
Carmen
vivía en una casa,junto a su madre, hermanos y tíos “tanos”y siguiendo la
tradición del lugar, también eran
lavanderas . Su madre, Doña Paula estaba
a cargo de dicha tarea ,que la realizaban en la misma casa donde vivían. Allí lavaban en unos
piletones de hormigón y luego en carro,
se realizaba el reparto de la ropa ya lavada.
Políticamente ,fue el periodo de José Batlle y
Ordóñez (1903-1907) y (1911-1915),marcando claramente la idiosincrasia del País.
Con fuerte intervención estatal, se promovió
la protección y beneficios para los sectores sociales mas débiles y de los
trabajadores. Aquellos años estaban dados por los enfrentamientos con los blancos, donde muchas
veces, tenían ribetes dramáticos.
Fue en ese
contexto que su abuelo ,padre de su madre, yendo un día de 1914 al reparto de
la ropa en su carro, fue interceptado por un grupo de militantes blancos y
degollado por manifestarse colorado.
Carmen solo
fue dos años a la escuela, quizás ,deslumbrada por ese mundo de espuma cepillo
y jabón. Sin embargo se había esforzado por saber leer y escribir. Así mismo
Doña Paula murió muy joven, a los 42 años, dejando una herida en el corazón de Carmen que jamás se curó.
La vida de Carmen, transcurrió con el oficio de
lavar ropa y lo hizo hasta cerca de los noventa años.Lavó siempre en piletas de
hormigón y tablas de lavar, poniendo luego en latones con almidón sabanas y
túnicas.Ver estas, extendidas en el pasto, secándose al sol simulaban un regalo
de nieve a pleno sol.
Luego la
plancha ,calentada en un viejo primus, daba forma a un estilo raro de hacer arte, donde las líneas marcadas y el color blanco profundo, delineaban
lo perfecto. Finalmente, casi como un rito, ella cerraba
prolijamente el atado de ropa que cargaría sobre su cabeza .
Y fue así
durante años y años, casi un siglo. Se la podía ver caminando con su atado de ropa en la cabeza. De
estatura baja, de piernas y brazos fuertes, tenia un andar elegante y orgulloso.
Era
pelirroja, pero de muy joven su cabello rojizo, dio paso al pelo blanco, que
nunca se podía ver ya que siempre un pañuelo envolvía su cabeza ,a estilo de
una foto de 1930.-Sus ojos claros y su
pañuelo, asemejaban el mundo donde nació de italianos y españoles…muy lejos en
el tiempo, pero muy presente en todos los días de su vida.
La casa de
Carmen guardaba celosamente, imágenes y
símbolos que describían así, una forma de vivir ,en base a la fe. Un cuadro
de Jesús dominaba el ambiente principal de la casa y la foto de Doña Paula, su madre, sobre la
cabecera de la cama.
En un
estante, un pequeño elefante de cerámica y en su trompa un billete arrollado, a
decir por ella, para que nunca faltara dinero en la casa. Dos Santos, San Pedro
y San Pancracio y una vela encendida siempre delante de ellos. También, la foto
de Don Pepe Batlle.
Las plantas
en el patio, no faltaban así como su pájaro preferido, el cardenal de copete
rojo.
Muchas
veces se la escuchaba hablar con cada una de las imágenes y fotos, pausadamente,
como buscando respuestas.
La radio
encendida sobre la mesa ,era su gran compañía. Los fines de semana verla
escuchar los partidos de fútbol y
pidiendo a San Pedro por su querido Peñarol.
Las
anécdotas, rodeaban su vida . Un día, llevando su atado de ropa para entregar,
fue a tomar el ómnibus. Al tratar de subir, el guarda le grita- “vamos abuela
suba”-,abuela Carmen, entre su atado de ropa y sus piernas cansadas no lograba impulsarse ,a lo que el guarda vuelve a
gritarle -“pero déle abuela suba “- a lo que Carmen ya enojada lo mira y
responde- “pero no ve que soy vieja y no puedo”-,entonces el guarda le responde-
“es que la van a robar…”- ¿Quién ? -responde Carmen enojada; el guarda señalando con su mano dice- “ese que está
atrás suyo”…- fue entonces que abuela Carmen giró inmediatamente con su puño
cerrado dándole exactamente un golpe en
el mentón al “punga”.Este, cayó al piso de la vereda , sin saber que le había
pasado, quedando en estado semi inconciente. El ómnibus que estaba detenido,
quedó en silencio, la gente, el chofer y el guarda no salían de su
asombro.Abuela Carmen, terminó entonces de subir y el ómnibus en pleno, la
empezó a aplaudir. Ese día no pagó boleto.
Hasta los
noventa años, era gratificante sentarse a tomar su té y comer su pan casero. Las
charlas se volvían interminables.
A pesar que vivió hasta los noventa y seis, los
últimos años la demencia senil ,la separó de la vida real, hundiéndola en un
mundo de incoherencias ,donde
situaciones pasadas, nombres y caras solo coincidían en su cabeza.
Cuando
definitivamente encontró alivio y partió, su cuerpo se veía reducido a
prácticamente piel.Toda su energía había sido consumida en las ultimas horas de
su vida…Con ella, se fue definitivamente una forma de vivir ,típica de un país
que ya hace muchos años, ha muerto.
Quedaron
muchas cosas de la Abuela Carmen ;
sus plantas; sus fotos; sus frases en italiano y fundamentalmente su espíritu
gigante, ese que la acompaño hasta el final , haciéndole trampas al tiempo,
convirtiéndola así, en eterna.
Carlos
Romero.